domingo, 4 de abril de 2010

Le Petite Fille - Un Cuento




(obviamente yo no sé nada de vikingos, vamos a hacer de cuenta que era algo así)

La pequeña niña salió temprano de su casa a recoger bayas en su canastita, sus rubias trenzas se destacaban sobre el campo de campanillas azules y el sol brillaba en sus ojos azules, tan azules como el mar que nunca había visto.
Se adentró en el bosque frondoso donde había ido antes con su hermano a recoger bayas para que su madre cocinara; se puso un poco nerviosa porque no reconoció el camino por el que iba y por la oscuridad de ese día de otoño, pero, sin pensarselo mucho, avanzó. En algún momento, se enteró que el camino por el que había estado saltando tan alegremente ya no estaba. Se detuvo y miró atrás, pero no vio de nuevo el camino, ni siquiera a lo lejos. Intentó volver sobre sus pasos pero sólo consiguió internarse más en el bosque.

Se detuvo con ansiedad en su corazón. Llegó a pensar que estaría perdida por siempre. Apoyó la espalda en un árbol y se retiro rapidamente, sangrando por un par de heridas pues el árbol tenía algunas espinas. Se tocó las heridas y se tragó un llanto que sabía inutil, nadie la escucharía desde allí.
La pequeña pensó por un rato, y decidió marcar su camino con un palo que hiría arrastrando por la tierra suave y de esa forma, si tenía que hacerlo, volvería a ese lugar donde su padre podría encontrarla más facilmente y luego, orgullosa de su inteligencia siguió caminando, buscando un camino o las bayas (lo que encontrase primero) y procurando mantener limpio el vestido que con tanto amor su madre le había cosido.

Después de haber caminado durante mucho tiempo, el niñita se sintió cansada y hambrienta y se sentó en una piedra a descansar un ratito. Rápidamente y sin poder evitarlo, se durmió. Frías y gruesas gotas de lluvia la despertaron, se sintió enojada por la manera tan repentina de despertarse y justó en ese momento empezó a llover más fuertemente, se levantó y vio que el camino que había marcado se había vuelto barro y se confundía con el resto de la tierra, esto la hizó enojarse mucho más, pero por poco tiempo, porque decididamente, arrojó el palo lejos y siguió caminando, con su canastita en en la mano. Sus zapatitos, medias y el borde de su vestidito se llenaron de barro, se rompieron sus mangas y se hizo rasguños cuando golpeaba las ramas más bajas de los árboles y su estómago rugía de hambre pero la niña, muy valientemente siguió camiando por el bosque.
Llegó un momento en que los árboles estaban tan cerca unos de otros que si no fuera tan pequeña hubiese tenido muchos problemas para pasar puesto que no tenía la fuerza suficiente para romper las ramas. Siempre estuvo atenta a un los árbustos, pero con frutos, no encontró ni uno.

Se desesperó, se hizó un nudo en su garganta y lágrimas saladas resbalaron por sus mejillas sonrojadas. Pero pensó: "Una niñita tan grande como yo no debe afligirse ni llorar por tonterías. Mi padre vendrá a buscarme pronto, cuando se preocupe por mí... y eso será muy pronto". Ella se animó con esas palabras, se limpió las lágrimas y las gotas de lluvia con el vestido y caminó algunos metros más con cierta dificultad por el estado del suelo.
La niña vio a lo lejos unos árbustos con bayas de color ámbar y su estómago le obligó a correr hacía ellos. Sus pies se hundieron en el pantano pero no le importó porque sus deditos arrancaron una mora ártica justo en ese momento y se la llevó a la boca. Era agría y esto tampoco le importó no le importó, tenía mucha hambre, arrancó más y más y se las comió, apenas estaba poniendo en su canastita la primera mora ártica cuanto escuchó un rugido furioso muy cerca del lugar donde estaba. La niñita dio un gritito ahogado y dejó caer la canastita. Se agachó y en su prisa por esconderse cayó de espaldas entre árbustos y matorrales.

En cuanto abrió los ojos se encontró con unos ojos verdes enojados a unos centímetros de los suyos. El hombre de los ojos verdes se alejó de ella tan rápido como había llegado.

-Yo... yo... -. Sólo atinó a balbucear la niña.
-Creí que eras un enemigo. Un gran heroe buscando en momento para atacar o un cobarde bandido buscando la oportunidad para apuñalarme y privarme de gozar la existencia en el Valhalla -. El hombre, extendió la mano hacia la pequeñita y de un tirón la puso de pie. Ella se sacudió el vestido con toda la dignidad que pudo.
-Sólo vine a buscar bayas para que mi madre prepare ricas comidas, señor -. Le dijo mirandolo a los ojos. Era un hombre muy alto y grande, de cabello rojo, largo y enmarañado, tenía la barba trenzada y vestía con pieles y llevaba puesta una armadura.
-Eso parece -dijo el hombre pero mirando a su alrededor-. Pero un vikingo nunca puede descuidarse, puede haber enemigos por todas partes -sus hombros se relajaron un poco y volteandose silvó fuerte, luego volvio a mirar a la niña-. Hasta los mejores guerreros pueden caer bajo una puñalada cobarde, sobre todo si tu enemigo sabe tu debilidad.

Desde detrás de los árboles salieron tres o cuatro hombres, grandes y con armaduras como él de los ojos verdes, ellos caminaban sin prisa hacia él.

-Y ¿cuál es su debilidad, señor? -. Preguntó la niña, que era joven e inocente y veía a esos hombres tan grandes y fuertes que no creía que tuvieran alguna debilidad. El hombre de los ojos verdes abrió mucho los ojos, luego sonrió le sonrió y dijo:
-Las niñas perdidas. Vamos. Te llevaremos a casa. ¿En dónde vives?
-En... en Ka...humm... en Ca... -la niñita sí sabía el nombre de la aldea en la que vivía, pero en ese momento no lo recordaba -. Supongo que en la aldea más cercana.
-La aldea más cercana queda al norte -. Dijo un hombre rubio y con la nariz aplastada. Y todos los hombres dieron un paso en esa dirección.
-Pero, señor... hace tanto tiempo que no veo a mi hermano, él se embarcó con los vikingos y la vida en mi casa es tan aburrida -su voz se volvió un triste susurro, ella estaba a punto de llorar-. No quiero volver a ella si puedo qudarme con ustedes. Navergar por los mares y luchar y tomar lo que quiera y quiero volver a vivir con mi hermano...

A los vikingos esto les causó mucha gracia, viniendo de una niña de no más de siete años.

-¿Quién es tu hermano? -. Preguntó uno de ellos.
-Dagfinnr Magnusson -. Respondió ella y los hombres se miraron y luego echaron a reír.
-Sabemos quien es. Te llevaremos con él -. Dijo otro hombre.
-¿Está bien mi hermano? -. Prenguntó la niña, preocupadísima por la suerte de su hermano mayor, por las risas de los vikingos.
-Claro que está bien. Está con nosotros.
-¡Ah! Entonces bien. Vamos
-Por cierto. ¿Cuál es tu nombre? -. Preguntó el vikingo de ojos verdes.
-Nyssa.
-Es un bonito nombre.

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