sábado, 30 de mayo de 2009

/Una reflexión de Medianoche\



Una reflexión de medianoche para mí es algo que escribí o que tuve la primera idea por lo menos aproximadamente a esa hora (en la que mas me inspiro, no se por qué), como soy muy mala para los nombres, mejor le pongo sólo así. Aquí va la de anoche:



¿No te gustaría simplemente cerrar mis ojos? ¿Un hechizo para olvidar los tuyos o algo así? ¿Y borrar tu voz y tus palabras de mi cabeza? “Es tan corto el amor y es tan largo el olvido” por lo menos para quienes tenemos corazón.

Si estuviese en mis manos… cuan diferente sería la vida, la mía, la nuestra. Si estuviese en mis manos, niño. Un futuro, una forma, un único pensamiento tomando forma lentamente en tu mente. Pero no lo está y no esperé toda mi vida sólo para esto.

Las personas creen entender, pero no saben nada sobre la soledad. Nada saben sobre la necesidad de tener y luego librarse de la compañía. Las personas no saben lo que estamos buscando y tal vez, nos hayamos convertido en adultos y tampoco nosotros sepamos lo que andamos buscando. Aún s prometimos nunca olvidar lo que había en nuestras almas ¿Acaso has olvidado tú tu corazón?





Un Cuentito

Supongamos que está ambientada en una época futura en la que las personas aprenden más
Yo creo que después de tanto tiempo, esa niña se cansó de tanto esperar. De querer entregar su corazón sin límites y no tener nadie que lo recibiera. Pero no estoy seguro. Por lo menos sé que ella fue tantas veces ignorada que oír su dulce voz de niña sólo era privilegio de la brisa, sus pasos terminaron siendo más silenciosos que los de un gatito y su respiración lente y casi inaudible.
A ella le gustaba oler las noches y las flores a medio día, dibujar en el aire cuentos medievales de dragones con fauces flamígeras que guardaban secretos antiguos como si fuesen tesoros. Soñaba con unos ojos (cualquier tipo de ojos) que se fijaran en ella y una caricia amable en la mejilla.
Pasó cientos de noches contando las estrellas desde su terraza pero siempre que llegaba a ochocientos cuarenta y tres se quedaba dormida, la pobrecilla. En su piel pálida se reflejaba la brillante luz de la luna y las estrellas y su cabello era rojo como el fuego que ardía en su corazón.
Durante las tormentas, solía cantar muy bajito una canción hace mucho tiempo olvidada sobre bailes de medianoche en los bosques alrededor de una hoguera donde las tristezas se volvían cenizas en las llamas.

Esta niña soñó con conocer el amor y se preguntó cómo se sentirían los celos o la envidia verde porque le gustaba ese color, pero pensaba que se conformaría con el cariño de una familia. La suya no podía volver después del accidente de avión, pero sus tíos le habían dado una casa y comprado muchos libros para su educación en cuanto aprendió a leer. Ellos debieron ver mejor los títulos de las obras y no comprarle televisor ni computador con internet para que ella no tuviese nunca idea del significado de tristeza, amor, familia, amistad o soledad, sé que pensaba ella, y así, sin saber lo que le faltaba tampoco se afligiría mucho.
Pronto aprendió a aullar como los lobos de las montañas nevadas y a escribir nombres extraños en las nubes de color marrón. Las flores blancas las pintaba con sangre para darles más color y comía nieve por montón puesto que sus tíos habían olvidado comprarle libros de cocina. Coloreó alguna música de azul oscuro, el sonido de los órganos de gris claro y deambuló por las calles en sin la compañía de su sombra. Y su piel se volvió fría por la falta de calor humano, sus manos pequeñas y delicadas como su cuerpo que nunca conoció enfermedad física alguna.

Después de pasar diez otoños desde la fecha de su nacimiento, cuando perdió toda esperanza de seguir buscando un ideal, algo que hacer con su vida o tal vez de con quien compartirla, se internó en la noche y desapareció. Así; simplemente se esfumó, como un soplo, como viento, como el calor del sol cuando llega la noche, como una hogaza de pan en manos de niños hambrientos.

Yo lo he intentado. He llenado miles de ciudades de niebla esperando ver su figura deambular por algún lugar. No he tenido éxito. Ella no debe haberse enterado que su cuerpo perdió todo color. Sólo hasta los cuatro años sus tíos se fijaron un poco en ella y después de darle su propia casa nunca más se preocuparon, después de eso, nunca nadie más aparte de mí la vio. Y yo sí que la vi aún si la niña no me vio a mí.